miércoles, 19 de septiembre de 2007

Diferencias


Soy director, no actor. Es mas, odio actuar. Y en la escuela de cine tuve la materia “Dirección actoral”. La misma estaba a cargo de una profesora de actuación… en definitiva, una actriz. Y era una mujer de fuerte personalidad y una locura galopante acorde a su profesión. A las pocas clases ya supe que no nos íbamos a llevar bien. Su método de enseñanza incluía hacernos actuar, pues según decía, debíamos conocer y experimentar los métodos actorales, que se siente, etc.
Desde el primer momento noto mi resistencia a todo eso. Y obviamente, siempre me elegía a mí para hacer un ejercicio. Ella era así, provocadora, peleadora. Mientras menos te gustaba algo, mas te pinchaba con eso. La materia avanzaba y yo seguía sin soltarme. Ambos nos mirábamos de reojo, con desconfianza y una sensación de estar compitiendo con nuestras convicciones.
Y un día llego el examen final, que consistía en dirigir una escena de Romeo y Julieta, interpretada por nuestros compañeros. Ese día iban pasando los grupos y yo estaba afuera dando obsesivas indicaciones a mis “actores”. Algo me decía que la profe iba a ser especialmente exigente conmigo, de jodida que era nomás.
Llego mi turno, entre al aula, cruce secas miradas con la profe y presente la escena. La cosa salio bien. La profe me miro de manera extraña y me regalo un “muy bien, eh”. Sentía que había ganado una batalla. Pero sabía que aun tenía que actuar. Y ella también lo sabía.
Entre caracterizado de Padre Lorenzo y las risas no se hicieron esperar. La profe me miraba con una sarcástica sonrisa en su cara. Yo ya no sentía nada, estaba entregado. Arranco la escena y todo venia mas o menos bien, pero en un momento se cayó un vaso con agua. Risas. Yo, rápido de reflejos lo agregue a la escena: “Pero mira lo que me haces hacer, niña”… le dije a Julieta. Eso me sumo un poroto. Al rato resbale con el agua que había en el piso y casi me caigo. Dije algo agregando el hecho a la escena de nuevo y mantuve la calma. La escena termino y entre aplausos y risas nos retiramos. Note una sonrisa de satisfacción en la profe. Y no me cayó mal esa sonrisa, pues sentí que era sincera.
Conclusión: Me saque un 9. Pero no fue lo único que me quedo de esa materia. Lo mejor fue que cuando hice el balance, mi mirada hacia la profe era de respeto. Porque entendí que ella estaba ahí para hacer lo suyo. En el fondo quería ayudarme a dejar los prejuicios y la incomodidad que me da actuar. Nos mediamos, nos desafiábamos constantemente, pero había respeto mutuo. Ella con sus cosas, yo con las mías, pero ambos con el mismo objetivo: ser fieles (sin ser necios) a nosotros mismos. Yo pensaba y sigo pensando que para dirigir actores no es indispensable hacer una catarsis actoral… y ella pensaba y debe seguir pensando que si. Ok, hay personas y cosas que no merecen respeto, pero este no era el caso.
Estoy seguro que entienden de lo que hablo. Todos nos hemos cruzado con gente totalmente opuesta a nosotros, pero que curiosamente respetamos, como ellos a nosotros. ¿No es genial eso? Se llama tolerancia.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Cosas inexplicables


Aquel día iba a la casa de un amigo. No vivía muy cerca de casa, pero a pesar de que para mi mas de 7 cuadras ya es lejos, decidí ir caminado. No recuerdo porque tenía que ir a su casa, pero si recuerdo lo que me paso. Y se los contare.
Mientras caminaba, miraba mi entorno como para “entretenerme”. Bellas mujeres, perros cagando, viejas barriendo las veredas, parejitas apretando contra alguna pared… Todo servia para hacer esa larga caminata más llevadera.
Cuando quise darme cuenta, ya estaba a 9 cuadras de mi destino. “Bien, no fue tan grave como pensaba”, dije para mis adentros, contento de estar en el límite de lo que para mi era lejos o cerca. Motivado por esto, apure el paso. Y ahí sucedió: pise una piedrita, el pie se me doblo y me hice un esguince de tobillo digno de salir en Crónica tv. Increíblemente no me caí, pero un dolor tremendo se apodero del tobillo y sus alrededores.
Torcerme el tobillo era muy común para mí. Me pasaba todo el tiempo. Y a veces sin necesidad de pisar piedritas. O caminaba mal o simplemente era un pelotudo. La cuestión es que el torcerme seguido y no curarme bien había dejado como resultado unos tobillos flojos, que ante la mínima cosita se torcían. Sabiendo esto, aguante el dolor como siempre y seguí hacia lo de mi amigo, rengueando y conciente de que nada se podía hacer con mi tobillo.
Cuando faltaban dos cuadras, el renguear y no pisar bien hizo que me tuerza el otro tobillo ¡Si, el otro tobillo! Y esa vez si me caí. ¡La re puta madre que lo parió!, fue mi desahogo al mundo.
Me pare con un dolor en estereo y me apoye en la pared. En ese momento me hubiese gustado poder levitar, pues tenía que seguir, y para eso tenia que caminar, y para caminar tenia que apoyar los dos pies. O sea, tenía el dolor asegurado para lo que faltaba de camino.
Llegue a lo de mi amigo rengueando con las dos piernas y le conté mi triste historia. Se cago de risa y me paso una bolsa con hielo. Volví a casa en remis, con los tobillos hechos pelota, pero esta vez, literalmente hechos pelota. Y durante el viaje pensé: ¿Por qué me paso eso? Una cosa es torcerse el tobillo… ¡¿Pero los dos?!... ¿Tendrá razón, Murphy?... ¿Existe una fuerza sobrenatural que conspira contra nosotros? ¿Ustedes que opinan?